Descubriendo el pueblo

Vivía de espaldas al pueblo. Desde que llegó, apenas se había relacionado con nadie. En su burbuja del tercero B pasaba los días frente al ordenador tratando de ordenar su tiempo. Pero los segundos, los minutos, los días, las semanas, los meses... se le escapaban sin que pasase nada. Y todo continuaba igual de revuelto, las teclas del ordenador no eran capaces de poner en fila sus emociones ni de guardar en cajones sus pequeñas aspiraciones. Y todo fue bien hasta que, como es lógico, empezó a ahogarse. A su burbuja dejó de llegar el oxígeno que su organismo necesitaba para sonreir y la piel se le empezó a secar, incluso a agrietársele. "Mejor - pensó -, así se me hará una coraza de piel dura que me protejerá de todo". Pero la niña, la chica, la adolescente, la loca, la lesbiana, la mandona, la exploradora, la milagrosa y todas las mujeres que llevaba dentro se le revelaron una noche y dijeron basta. No estaban dispuestas a quedarse como la mojama tendidas al sol viendo las nubes pasar. Al día siguiente, levantaron a Clara de la cama y arrastrándola por los pies y estirando de las manos la condujeron hasta el bar de la plaza mayor del pueblo.
Y allí estaba la bibliotecaria, prepando un cuentacuentos para el uno de octubre. Y la de la gestoría discutía con el farmacéutico sobre si no sería mejor arreglar la calle tal y no la cual. Y el vecino de la calle de detrás leía en voz alta el periódico a su mejor amigo porque éste ya no se veía ni con gafas. La madre de los trillizos le lloraba a su prima las batallas que libraba con los pequeños que no le daban tregua.
Clara entendió que la vida está llena de historias, pero ninguna sube al tercero B. Puedes verlas por la tele o desde el ordenador o salir a que te las cuenten. O mejor todavía, vivir tu propia historia y tal vez después contarla... Había llegado el momento de darle una oportunidad a aquel pueblo.