jueves, 7 de febrero de 2008

Los pobres no especulan ni aunque quieran

Cuando al fin nos decidimos a vender, nos imaginamos una vida mejor, al menos más cómoda. Casi sin querer, ahí estábamos, creyéndonos el cuento de la lechera: "Como en el lugar al queremos ir a vivir, los pisos son más baratos, nos llegará para comprar una casa más grande, tal vez con jardincillo y huerto donde plantar tomates. Quizás al vender también podamos adquirir un coche, un monovolumen para que quepan los niños, las abuelas y los perros. Saldaremos nuestra deuda hipotecaria y dejaremos de llegar a fin de mes ahogados por un puñado de metros cuadrados en propiedad." No pretendíamos sacar dinero a costa de nadie por la venta de un piso. Sencillamente recuperar una inversión realizada con muchísimo esfuerzo e ilusión. Sin embargo, el cántaro de la lechera pronto se nos rompió entre las manos y en el reflejo de la leche derramada adivinamos una verdad más grande que nuestra decepción: los pobres no especulan ni aunque quieran. Nuestro piso vale ahora mucho menos que hace dos años cuando nostros lo compramos. La burbuja inmobiliaria no revienta. Los grandes pisos de Pedralbes y Paseo de Gracia continuan costando un ojo de la cara. Los magnates del ladrillo apenas notarán que las cosas no van bien. Pero a la burbuja se le ha abierto un poro por el que se le escapan los millones a los pisos de la clase obrera. Ya me alegro que así sea y ojalá reviente y los pisos cuesten lo que de verdad valen. Sin embargo, yo ahora tengo que vender y jo, qué pena, adiós al cuento de la lechera.

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