La cabeza aquí, el corazón allá
y las manos exhaustas de tanto buscar.
Con la saliva seca y las piernas flacas
espero a la entrada de tu casa
mientras veo pasar las sombras que no me abren.
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Al acabar el día, las luces se apagan y el silencio llega a todos los rincones; entonces, la noche se convierte en mi aliada y grito y grito, como descarga, como terapia, para que se me oiga. Aunque sea en la noche.
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