Hay quien dice que no sueña, pero esto es falso. Nuestro cerebro no deja de funcionar por el hecho de estar dormidos. Más bien al contrario: nuestras neuronas se entregan a la frenética tarea de organizar toda la información recopilada durante las horas de vigilia, asentar los conocimientos adquiridos y prepararnos para entender el mundo de un nuevo modo en base a los recuerdos generados.
Todos soñamos. La única posibilidad es recordar o no. Puede ser un leve sonido, una imagen, una palabra, un olor… o puede ser toda una historia, con personajes, escenarios y argumentos.
Para Mariela soñar es la capacidad de vivir en mundos a los que de otro modo no tendría acceso. Se adentra en realidades lejanas y muchas veces incomprensibles. En ocasiones, la fantasía gana terreno y ni tan siquiera sabe si participa en el sueño o es una roca que observa, una ola en el gran océano, la suela de un zapato o los bigotes de un gato. Puede ser cualquier cosa. En otras, la historia se asemeja a su propia vida bien de una manera siniestra, bien de una mágica manera.
Mariela no recuerda que ha soñado hoy. Tan solo ha despertado con el sabor a despedida entre los labios; en su piel, la huella tibia de unas manos que ya no están; el eco inconfundible de un adiós…y así se ha pasado el día echando de menos un poco de todo. Como no sabe qué ha soñado, así se queda, añorada por todo, afligida por nada. Este es el maldito poder de los sueños tristes, su gusto amargo.
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