¿Con quién duermo esta noche?

Hace meses que Mikel duerme entre mi marido y yo misma. Más bien, duerme enganchado a mí. Su cuna, a mi lado, amanece intacta cada día. Fue el niño quien nos pidió cobijo y reconozco que es un placer dormir cada día pegadita a su pequeño cuerpo y sentir su calor un minuto antes de levantarme. Pero claro, echo de menos dormir con mi pareja… él niño no crece en autonomía mientras nosotros perdemos independencia, argumentan los expertos. Todo esto lo cuento, no porque intente desahogarme ni hacer públicas mis intimidades familiares. Lo explico porque en mi casa se ha abierto un debate y esto sí, quisiera extenderlo a amigos, conocidos y lectores varios.
Para algunos (incluida yo) ha llegado el momento de que el niño duerma solo en su habitación propia. Para conseguirlo, me aconsejan aplicación tajante del método Estivill, personaje por el que siento una fuerte animadversión y pese a lo cual, me estoy leyendo su dichoso libro.
Para otros (incluida yo) Mikel debería dormir con nosotros todo el tiempo que él lo necesite y mientras nos lo pida el cuerpo. Al fin y al cabo, el dormir separados y el colecho no son más que meras cuestiones culturales: en Japón los niños duermen con sus padres hasta la adolescencia aunque dispongan de habitaciones libres (no me refiero a los japoneses con pretensiones occidentalistas, claro).
Me he dado de tiempo hasta el sábado para tomar una decisión. Y hablo en primera persona porque David sí que tiene claro lo que él haría pero ha decidido apoyarme en lo que yo crea conveniente (no sé si esto me ayuda o me dificulta más la tarea, pero en fin, es lo que hay).
Tengo el corazón, la cabeza, la paciencia y el cansancio en plena riña de intereses encontrados. No sé que hacer…

Apoya en mí la cabeza,

si tienes sueño.

Apoya en mí la cabeza,

aquí, en mi pecho.

Descansa, duérmete, sueña,

no tengas miedo;

no tengas miedo del mundo,

que yo te velo.

Levanta hacia mí tus ojos,

tus ojos lentos,

y ciérralos poco a poco

conmigo dentro;

ciérralos, aunque no quieras,

muertos de sueño
Ya estás dormida.

Ya sube,

baja tu pecho,

y el mío al compás del tuyo

mide el silencio,

almohada de tu cabeza,

celeste peso.

Mi pecho de varón duro,

tabla de esfuerzo,

por ti se vuelve de plumas,

cojín de sueños.

Navega en dulce oleaje,

ritmo sereno,

ritmo de olas perezosa

sel de tus pechos.

De cuando en cuando una grande,

espuma al viento,

suspiro que se te escapa

volando al cielo,

y otra vez navegas lenta

mares de sueño,

y soy yo quien te conduce,

yo que te velo,

que para que te abandoneste

abrí mi pecho.

Gerardo Diego