En este día lluvioso y algo frío de mayo, Mikel y yo hemos estrenado la temporada piscinera. Qué lujo, qué placer, qué inmensamente agotada me siento ahora, y que plácidamente duerme mi niño la siesta y deja que su madre se dedique a sus labores -porque cansar a los hijos para que duerman más no es pecado ¿verdad?-.
Dicen que la familiar que nada unida… ¡paga menos de cuota mensual! Así que tras sopesar gastos, sacar calculadora y contar ahorrillos varios, al polideportivo municipal nos fuimos los Tres de Santaco a que nos hiciesen los carnets de socios. Ay, que bien suena, no es como ser de un Club, pero algo es algo, que si tuviera tiempo, podría hasta hacer -entre otras muchas cosas- pilates, sauna, aguagym y cicling (aunque esto último no sé, a mi lo del bicing ya no sé me da muy bien, pues imagina pedalear sin paisaje alguno ni aire que respirar).
Como de pueblo que somos o seremos, ayer nos fuimos los tres a esa megatienda de deportes que no es la mejor, pero mira, de precios no está mal - ese es el truco: como todo es baratito, vas cogiendo y luego en caja, dejas el monedero temblando- y nos compramos el equipo completo: gorrito, bañador, chanclas y albornoz.
Con todo ya preparado, hemos amanecido hoy con lluvias, pero como la piscina es cubierta, que caigan chuzos de punta.. he pensado al levantarme (pensamiento que luego me he metido por ahí, cuando después de 25 minutos caminando he llegado al gimnasio tan mojadita que los de recepción no sabían si entraba o salía de la piscina). Pero eso sí, todo esto de muy buen humor, que la temporada piscinera solo se inaugura una vez.
A las 8 de la mañana ya estaba yo preparando la mochila -por cierto, no pensé que fuese a necesitar tantas cosas, claro, que el factor bebé amplía bastante el concepto de “necesario”- y cocinando para tenerlo todo listo a la vuelta. Revisión de pelitos, almuerzo contundente (no estoy yo para ahorra calorías) y ala, bolso al cuello, mochila a la espalda, niño en brazos y paraguas…uf, como no me lo enganche al culo… pues lo dejo en casa y venga, que se nos hace tarde (madre mía, suerte que hoy me ha dado por ponerme gorra con visera).
Al entrar, empapada de la lluvia y sudorosa del esfuerzo de la caminata y el peso, me ha golpeado una oleada de calor que casi me ahogo. A punto he estado de echarme para atrás y plantarme antes de empezar. Pero no, ya estoy allí, no pasa nada, en breve seguiré mojándome más todavía y total, Mikel va como un rey, él no se entera de nada en su sillita de la reina (bueno, de rey), más pancho que pancho esperando su primer zambullido. Lo miro y pienso, pues adelante, como los de Alicante. Pero no, no puedo avanzar, porque me he olvidado el gorrito y aunque allí venden ya no les quedan. La recepcionista me dice que, sintiéndolo mucho, tengo que volverme para mi casa, que allí, sin gorrito, no se baña ni Dios. Yo pongo cara de mala hostia primero y de pena después ( a veces es mucho más efectiva). Y Mikel también ha puesto de su parte: muy graciosito con la señorita al principio y gritándole después. Al final, se han compadecido de mi y por arte de magia me ha sacado un paquetito con un gorro de mi medida que me ha dejado prestado como algo excepcional. Jo, qué suerte… ¿de donde lo habrá sacado así de repente?
En el vestuario, Mikel ha disfrutado casi tanto como en la piscina: primero abre todas las taquillas que están a su alcance; luego se esconde en las que están en la zona inferior; descubre los secadores del pelo; se liga a toda niña, señora, señorita, abuela o buenorra que se le pone delante; tira Pocoyó, Eli y Pato por todos los rincones para que yo me tenga que agachar o los mete en alguna taquilla para que los busque … en fin, el vestuario, todo un parque temático para Mikel. A todo esto, yo me desvisto, lo desvisto a él, nos ponemos bañadores, chancletas, albornoz. Mamá se pone el gorro y Mikel… se quita el gorro una y otra vez. Nada, que no ha habido manera. Suerte que ya en la piscina, un monitor muy majo lo ha marcado un poco y oye, mano de santo, el niño chitón: toda la sesión de piscina con el gorro en la cabeza.
Entonces ha llegado el momento más espectacular y emotivo de la jornada: sentirte flotar con el bebé en bracitos, riéndose sin parar, jugando, dando brincos, bailando (es que aunque sea un polideportivo municipal nos ponen musiqueta para animarnos). No hemos estado mucho rato, pero el suficiente para que merezca la pena la lluvia, la caminata y el dolor de brazos que ahora tengo mientras escribo. Ya lo me lo veo venir, las agujetas no van a apiadarse de mi, ni siquiera esperarán a salir mañana. Ya me están atacando, las muy cobardes.
Me ahorro la foto porque a Mikel no quiero hacerlo famoso tan chiquitín y yo, no es por nada, pero no sé que le pasa a mi cámara que no me coge bien y me saca más barriga de la que tengo y menos tetas de lo que parece y un rictus muy raro que no va conmigo. Pero ya os lo explico yo: estábamos los dos monísimos, unos figurines en el agua. O eso creo yo, porque la gente se nos quedaba mirando embelesada y le hacían gañotitas a Mikel y a mi me decían, qué que suerte la mía (por el tipo, supongo). Y eso, que hemos disfrutado mucho y que ha sido un placer y un lujo, que mi hijo sigue durmiendo y yo… lo dicho, baldada.
2 comentarios:
Como te acabo de decir, no sabes cómo me he reido leyendote... os magino y entre lo chiki q eres tu y lo grande q es todo en comparación contigo... jejejeje. Queda inaugurada, la temporada piscinera!
Que panorama...tan familiar.La realidad de las piscinas al descubierto.Es cierto que ponen un componente quimico, que cuando alguien se mea (en el interior de la misma, se entiende), te delata un sorprendente liquido fluorescente, el cual te deja como el megasupercerdo/a que se es en realidad?.Y la pregunta es?, cúal es la condena por parte de los piscineros:1º.Te hacen tragar ese liquidillo fluorescente?
2ª.se queda vagando el liquidillo por la piscina hasta que se disuelve.
3º.Te ponen el liquidillo en una bolsa, te echan de la piscina (sólo por ese día), y el niño que no tiene ninguna culpa, se puede quedar.
4ªO la más fácil: le echas la culpa al niño, diciendo que se ha meado él y no tú (siempre y cuando tengamos un niño a mano).
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